viernes, 8 de mayo de 2009

Mi madre la Iglesia

No siempre he reconocido todo lo que me ha cuidado la Iglesia; a reconocerlo me ha ayudado ir madurando en la fe y los niños (a los que a menudo he intentado mantener a cierta distancia).

Cuando era pequeña en la Iglesia todo me lo presentaban hermoso, cuidado, mimado y en esa belleza encontraba a Dios, es una percepción muy básica pero eficaz, con Él se estaba bien y todo estaba bien hecho.

Fui creciendo y empezaron las preguntas, todo lo discutía y me creía algunas de las mentiras del mundo (me resultaban cómodas, supongo), aunque no me las debía creer demasiado porque seguía buscando la verdad en la Iglesia, y ella me regaló sacerdotes, uno de ellos me mimó especialmente y muy sutilmente buscando excusas gastaba su tiempo conmigo, yo le discutía y él siempre me decía la verdad de la Iglesia, nunca la desautorizó, algo que ahora (no entonces) le agradezco. Me regaló a las Hijas de la Caridad, una familia cristiana y el ejemplo de muchos cristianos coherentes con su fe.

Y ahora algo más mayor, mi madre la Iglesia me sigue cuidando, me ayuda a educar a mis hijas y presentarles un mundo transcendente, una vida de esperanza, me ayuda a no tener miedo y a disfrutar de todo porque todo viene de Él, y así me enseña a fiarme de Él. Me sigue haciendo regalos: sacerdotes que pierden la vida por mí, cristianos comprometidos que con su vida me muestran a Dios, una comunidad que me sostiene y me ayuda a caminar, y muchos otros regalos que ahora seguramente no aprecio.

También sé que no es perfecta, no solo no es perfecta, sino que además es pecadora, un precio muy alto que tiene que pagar por acogerme. También sé que cuando la desprecio y me alejo, al volver no me juzga, me espera, me acoge y perdona; sin ella no conocería a Dios y nadie me diría la Verdad (aunque me duela), la quiero tal cual es porque es la que el Señor me ha regalado y en la que quepo aunque esto la haga imperfecta.

Manuela

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