viernes, 14 de enero de 2011

Tu palabra me sostiene, Señor.

Estando en Oración frente al Santísimo, abriendo mi corazón al Señor, le pedía que me diera hombros fuertes para llevar mi carga, que pudiera aceptar con amor y alegría todo lo que viniera de él, porque todo lo que viene de Dios es bueno. Le pedí que me hablara porque su palabra me sostiene…

Entre otras cosas abrí la Biblia y me dispuse a leer, estoy segura que el Señor quiso que yo leyera aquel pasaje y hoy quiero compartirlo con mis hermanos, porque sé que también es para bien de ellos:


Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba.

Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad.

Pégate a Él y no te separes, para que seas exaltado en tu final.

Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en las humillaciones, sé paciente.

Porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación.

Confía en él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él.

Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, no sea que caigáis.

Los que teméis al Señor, confiad en él, y no os faltará la recompensa.

Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia.

Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quien confió en el Señor y quedó defraudado? ¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido? Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia.

¡Ay de los corazones cobardes y las manos inertes, y del pecador que va por dos caminos! ¡Ay del corazón decaído, que no tiene fe!, porque no será protegido.

¡Ay de vosotros, los que habéis perdido la esperanza! ¿Qué haréis cuando el Señor venga a visitaros?

Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras, los que le aman guardan sus caminos.

Los que temen al Señor buscan sus agrado, los que le aman cumplen su ley.

Los que temen al Señor tienen su corazón dispuesto, y se humillan delante de él.

Caigamos en manos del Señor y no en manos de los hombres, pues como es su grandeza, así es su misericordia.


Eclesiástico 2, 1-18




Anónimo.

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