miércoles, 12 de agosto de 2009

Algo del viaje a Lerma

Acabo de llegar y en mi retina y en mi memoria siguen estando ellas.

Tenía ganas de volver a Lerma porque la primera vez que fuí dejaron en mi una impresión imborrable y necesitaba ver de nuevo aquellas caras serenas, felices, satisfechas y escuchar sus voces tantas veces vueltas a oír desde el CD.

Aproveché la entrada de Belén y fuí con varios hermanos de la Comunidad y otros amigos a los que había dicho que no se perdieran esa visita a las Clarisas.

La verdad es que el viaje es una paliza, mas de 1.000 Kmts., no están mal para hacerlos en dos días, pero vale la pena.

Llegamos y antes de ir al hotel, ya nos estaban esperando para un locutorio, y si, eran ellas, las mismas, la misma alegría en los semblantes, las mismas sonrisas, las mismas voces... y el mismo consuelo para el corazón que llegaba ansiando una palabra de bálsamo para tantas heridas como producen las rendijas que dejamos abiertas por donde se cuelan los “diablillos” como ellas cantan.

Y eso que iba recién salida de la “lavadora”- habíamos tenido Penitencial hacía dos días y no tenía el alma cargada de pecados-... Pero siempre queda alguna espina de años clavada que has confesado y te han dado la absolución pero que yo todavía seguía recriminándome. Me habían dicho las mismas palabras que les escuché a ellas, cuando me acusé de mi falta, pero siempre creí que me lo decían por consolarme. Pero cuando le escuché a la... madre?, sor? (no sé cómo se les llama en esa congregación) Jordán contestarle a otra visitante que había expuesto un caso muy similar al mío, las mismas palabras que a mi anteriormente me habían dicho, tanto el P. Daniel, como los Catequistas de la comunidad, se me “abrieron los espíritus” y luego repitieron lo mismo otras madres? Sores?

Y ya no me quedaron dudas, en esta ocasión no me estaban hablando a mi, no se trataba de tranquilizar mi corazón en especial, no, pero lo hicieron. Ellas con sus voces suaves y su serenidad que les brota por todos los poros del cuerpo, sin trauma alguno, arrancaron la espina que llevaba dentro.

Bien sé que fue Dios quién habló por ellas, pero si se quiere al médico que te cura, también se quiere a la mano que te da la medicina. Y eso fueron ellas para mi el sábado tarde, unas dulces enfermeras y …....cómo dicen las Sagradas Escrituras? En el fuerte viento no estaba el Señor, luego, unas suave brisa.......y ahí sí estaba el Señor.

Gracias Dios por haberlas puesto a mi alcance, por haberme llevado hasta ellas y por hacer que las palabras brotaran unas tras otras. Alabado seas en ellas, dales todas las bendiciones que necesitan sus almas, unos hombros fuertes para llevar sus cargas e ilumínalas para que, igual que conmigo hicieron, hagan también con todos aquellos que llamen a su puerta buscando un bálsamo para sus corazones.

Maruja Martínez Coller

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